domingo, 29 de noviembre de 2009

Villafría. Capítulo III. Jesús Diaz Chaparro


.….Javier clavó la mirada en los ojos de Gabriel ( y no era tarea fácil fijarse en los ojos de un tipo así justo cuando entre ellos había una pica insertada) inmortales, ¿eh?... a lo mismo no está tan mal esto de la inmortalidad.

Recordó, así, otros momentos en los que se sintió inmortal en vida, instantes que pasaban por su yermo cerebro de manera eléctrica: el primer beso que recibió aquella noche en la que decidió saltar los muros del cementerio con Martita Sigüenza la de octavo B, en un acto que lo llevaba desde la infancia a algo más, hacia el poder, la confianza, la ETERNIDAD de la juventud. Era curioso que a pocos metros de donde se sintió inmortal una vez ahora volvía a serlo, ahora por siempre y hasta esa ETERNIDAD antes buscada.

Pero eso ya pasó y había que estar a lo que se estaba. Gabriel había conseguido salir de su brocheta particular y se movía de un lado para otro, saltando, brincando y haciendo volteretas para atrás (sin salir del radio de tres metros), vamos a darles a esta gentuza lo que se merece. ¿Y qué se merecen? Fue la respuesta de Javier... bueno, esa fue su respuesta que venía acompañada de una hostia, la mejor hostia que podía dar un ser como él en ese momento, en la nuca de Gabriel, precisa, fuerte y seca. Tanto así que la cabeza de Gabriel salió jasada y rodando por la tierra mientras soltaba dioses y algo parecido a una saliva por la boca.

¿Pero se puede saber qué coño haces? ¡Laputaqueteparió hijodemilpadres!

- Mira, Gabrito, a partir de ahora te voy a llamar así, Gabrito, y espero que te guste y no rechistes porque como rechistes te voy a enterrar, la cabeza en un lado y el cuerpo en otra parte, y te voy a regar hasta que crezcas y des frutos, ¿me entiendes? Oquey, deja de decir pamplinas.

Gabrito lo miraba hasta donde le alcanzaba (que venía a ser más o menos por el bajo vientre dada la cercanía de su particular amigo):

-  Y escúchame: en principio no tenía ninguna razón por la que hacerte esto pero me he dado cuenta de que sabes algo, y no poco- Javier se había alejado un poco de la cabeza para seguir comentando. Todos conocíamos tu historia, aquella nota que dejaste al ahorcarte y todo eso. Por cierto, ¿sabías que los niños contábamos historias sobre ti?, algunos decían que estabas loco seguramente por algo que le habían escuchado a sus mayores, pero otros fantaseábamos con tu historia, que si no eras de este mundo, que si tu fantasma recorría el pueblo por las noches y que te habían visto (y por favor deja de mirarme así porque me cago en mi vida ya sabes lo que hay), etcétera. También recuerdo que Jorge Martínez, el que luego se fue a la capital a estudiar periodismo (y que acabó donde acabó) decía que te ahorcaste porque tu mujer te ponía los cuernos con otro y que la nota fue un flojo intento de salvar tu pobre honor.

Pensarás que soy un cabrón (una mala ¿persona?) por haberte sacado la cabeza del cuerpo pero lo que quiero es... protegerte.

Otra vez las miradas se clavaron una en la otra, Gabrito quería maldecirlo, preguntarle de qué tenía que protegerlo un mindundi como él, quién se creía para hacerle eso y sobre todo por qué no se le había ocurrido a él hacerle lo mismo o incluso algo peor. La nariz de Gabrito se hinchaba y expulsaba aire mezclado con tierra pero callado.

Cuando Javier se disponía a hablar de nuevo volvió a aparecer a lo lejos la banda guiada por Alterio Riip, esta vez con nuevos músicos y con otra canción igual de tétrica. Javier los miró y por la dirección que tomaban se dirigían a la plaza del pueblo. Tranquílizate, no te voy a dejar a solateras, vamos a estar juntos en esto. No es que no me fíe de ti, es que dos cabezas van a pensar mejor que una. Agarró a Gabrito por los cabellos e iniciaron la marcha detrás de los músicos guarecidos por la prudencia que da la distancia.

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